Un mundo global, un mundo complejo.
Escribo estas líneas tras volver de desempeñar una jornada de trabajo de consultoría en Torrellano Parque Industrial en Elche (Alicante), uno de los centros neurálgicos del desarrollo y fabricación de calzado del mundo. Es bastante probable que mientras leas esto lleves puestos unos zapatos de alguna de las muchas marcas españolas e internacionales que tienen su base en ese cluster.
Pues bien, estos días se viven allí con una preocupación doble. Por un lado, las noticias que llegan desde China respecto a la crisis del coronavirus preocupan a un nivel humano, pero por otro inquietan y mucho a un nivel empresarial y económico. Amplias zonas industriales de China han parado la producción (es cierto que también coincidiendo con la festividad del Año Nuevo Chino) y no existen garantías sobre cuándo se va a retomar la actividad. Aquí hablamos de calzado, pero la incertidumbre afecta a multitud de sectores: juguetes, electrónica, textil, etc…
Mucha gente podría opinar que este traspiés (esperemos que se quede en eso) puede ser una oportunidad para la industria española (u otras de otros países) y es cierto que algunas empresas españolas fabricantes de calzado pueden llegar a beneficiarse de ello, pero la situación es más compleja de lo que parece. Las industrias se especializan y la competitividad que ofrece China a día de hoy para ciertas gamas de producto no se puede suplir de un día para otro. Marcas globales españolas de primer orden cuentan para desarrollar su modelo de negocio con la capacidad de la industria asiática y si esta se resiente, los resultados pueden ser extremadamente perjudiciales para las empresas españolas.
Otro ejemplo a una escala más local. Hace unos meses en el penúltimo pulso entre las fuerzas independentistas catalanas y el Gobierno y, por ende, el Estado, algunos iluminados de nuevo trataron de convocar un boicot a señaladas empresas catalanas como castigo por su supuesto apoyo a la causa secesionista. Pues bien, enseguida se alzaron voces contra esa campaña desde lugares insospechados. Fabricantes de tapones de corcho de Extremadura afirmaban que si bajaban las ventas de la industria del cava catalán también bajarían las suyas. O ganaderos andaluces advertían que si castigaban a la industria cárnica catalana, también castigarían a la suya. Ya nada es tan sencillo.
Vivimos en un mundo globalizado e interconectado donde se multiplican tanto las oportunidades como las amenazas. Nuestras economías, nuestras empresas están expuestas, nos guste o no, a la globalización económica. Bien es cierto que con la irrupción de Trump o la distorsión del Brexit pudimos llegar a pensar que se podía estar revertiendo el proceso de integración de las economías, pero creo que hasta los defensores del proteccionismo se han dado cuenta a día de hoy que los flujos comerciales son imparables. Se pueden subir aranceles, se pueden establecer cuotas, pero su impacto real, más allá del simbólico, es anecdótico. Las balanzas comerciales de los países siguen mostrando el vigor de las importaciones y exportaciones a una escala global y todo apunta que salvo algún tipo de catástrofe humana o ecológica (El precio del combustible podría ser un poderoso disuasor), la economía mundial va a seguir siendo global.
¿Cuál es entonces la moraleja? El mundo siempre ha sido un lugar incierto. Todo tipo de eventos han afectado siempre nuestro devenir como sociedades, sólo que ahora la escala es global. Una guerra en Irán, una epidemia en Asía o un atentado en Estados Unidos puede tener contundentes efectos inmediatos en nuestra economía y en nuestras empresas. ¿Qué podemos hacer para gestionar este tipo de situaciones? En primer lugar entender, asimilar y aceptar que vivimos en este contexto de incertidumbre a tiempo real que nunca vamos a poder prevenir. Todo va a cambiar siempre y puede que lo haga muy rápido. Y en segundo lugar, tenemos que tener en cuenta dos principios generales:
- Especialidad diversificada: Puede sonar contradictorio, pero en este contexto global debemos especializarnos, centrarnos en aportar valor en soluciones muy concretas y a medida, pero al mismo tiempo hacerlo de manera diversificada: ofreciendo estas soluciones a distintos clientes y mercados, lo cual nos permitirá diversificar los riesgos y nuestra exposición a los mercados.
- Agilidad: De nada sirve planificar lo implanificable, pero puedes prepararte para ser muy ágil y poder adaptarte antes y mejor que tu competencia a las circunstancias cambiantes. Esa siempre ha sido la clave de la supervivencia.
Y con todo, cuando leas esto, probablemente muchas de las cosas que he comentado ya hayan caducado o no tengan sentido. Así que, probablemente, cuando llegue el caso, harás lo que siempre has hecho: confiar en tus instintos. No te irá mal.